Prefiero resistir
a la oscuridad
de aquellos nubarrones
que azotan
y dejar que
la divina
voz
me lleve de la mano
hasta el ponte vecchio
y a la vuelta, sentarnos
en un café parisino
mirar el sol perezoso
de media tarde
cegando reflejos
posados en el agua
hasta que
-sin una mueca de dolor-
me arranquen
las lágrimas
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