Es nochebuena y Felisa quiere ver las luces que han puesto, como cada año, en la plaza. Felisa abre el saco de dormir que le dieron aquellos chicos, en su primera noche de frío. Pero de esto ya hace más de una semana y Felisa opina que ya empieza a acostumbrarse al frío, que la primavera está a la vuelta de la esquina. Pero el suelo en el que intenta dormir noche tras noche es duro y el esqueleto que Felisa lleva siete décadas arrastrando cruje cuando trata de levantarse. Casi nadie usa el cajero que Felisa usa ahora como hogar, así que Felisa ya se lo ha hecho suyo, procura mantenerlo siempre limpio e incluso ha colgado alguna foto de algún familiar que ya desapareció. Al tratar de levantarse, la tos que lleva unos días incordiándola mantiene a Felisa aferrada a sus cosas un rato largo, de un sabor espeso e intoxicado. Al fin, Felisa se levanta y se dirige a la plaza. Antes de llegar da un rodeo porque, aunque le tiemblan las rodillas, debe asegurarse. Llega a la casona. El portón está cerrado. Rodeándolo, las ventanas permanecen opacas. La tos. Felisa se agarra a las paredes tratando de ahuyentar la ventisca. Parece que la casa está vacía. Cómo no va a estar vacía si ella misma fue la última en habitarla. Los demás fueron yéndose, uno a uno, ella fue la última, de esto hace ya una semana. El jardín donde antaño Felisa había olido alguna rosa o jugado al bingo los domingos es ahora una casaca vieja, apolillada, como si llevara años enteros en el fondo de un baúl. A Felisa hubo que sacarla a la fuerza de la casa, siempre fue una mujer valiente. Felisa ríe al recordar los mordiscos que logró lanzarle a uno de los hombretones que la obligó a marcharse. Y recordar le da coraje. Un pedrusco y la ventana que da a la cocina está rota. Felisa trepa y tose, tose y trepa. Felisa está dentro. Felisa está en casa. Se queda muy quieta un rato, tratando de calmar su pecho en llamas. Felisa se acerca a la estufa eléctrica y la enciende. La electricidad todavía no está cortada, así que Felisa se hace un ovillo, se enrolla en los únicos chales que pudo cargar y duerme ya.
Felisa no despierta. La navidad felicita a los vecinos con el hedor inconfundible de la partida de Felisa. La casa sigue cerrada pero a Felisa la sacan de nuevo, unos hombretones, a los que Felisa ya no lanza mordiscos pero Felisa ríe, porque es navidad, y aunque nunca vio las luces en la plaza, soñó que estaba en casa, arropada con su estufa y todos los chales que pudo cargar.
Brutal... y hermoso
ResponEliminaEnhorabona! Cada día et superes!
Felicitats germaneta, poses els pèls de punta i m´emociono quan et llegeixo!
:-)
EliminaHe treballat aquest text amb les meves alumnes, senyores sàvies tot i que els costa llegir i escriure. Quan vàrem possar el punt final, algunes tenien llàgrimes als ulls. No vull dir res més Isabel
ResponEliminaoooh... :-)
ResponEliminaSinceramente, hay varias cosas que no cuadran en el relato, como que duerma en un cajero, llegando a colgar hasta fotos de familiares y tal...(hace muchos años que no veo un mendigo en un cajero y menos aún que lo convierta en su hogar; esto ya no sucede), y un cadaver no huele a las pocas horas. Si murió durante la noche, es imposible que huela a la mañana siguiente, como relatas. Estos detalles hacen perder viabilidad al relato, denotan gran inmadurez. Con todos los respetos.
ResponEliminaGracias por tus apreciaciones, tienes razón, pero claro, son licencias poéticas, no es periodismo, un saludo
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