Ayer, el paseo otoñal
dulce y atrapado en el aire
me construyó un puente
hasta otra ciudad
por la que caminé.
Las paredes coloreadas
de las calles,
el mercado dominical
con gramófonos de trombón,
su olor a periódico
y café recién molido,
la pareja de ancianos
enredados en un tango
el sol azotando
la iglesia ortodoxa,
el parque japonés,
presagios flotando
entre el sol y sus sombras,
hasta llegar allá
donde el río decide
besar al mar
a ese banquito
donde me senté
a contar poemas,
y tomar una enorme bocanada
para quedarme allí,
donde los sueños
conviven entrelazados
hasta tal vez
el próximo otoño
cuando de nuevo el aire
me devuelva otros lugares
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