A cuánto la vida, señora, caballero, ¿20 dólares?
El perro sin amo cierra los ojos, acostumbrado,
y yo sin poder comer,
y yo sin saber dormir,
y yo sin saber cómo mirar.
Las calles deambulan ruidosas,
a veces amables, a veces,
con el aire que falta y
la piel más quemada
y el mundo entero
me parece un documental
de taxistas parlanchines
de una chica que me pide los restos de comida
que yo no alcancé a tragar,
de un chiquillo que aprende a contar
en la escuela de la calle oscura,
de huelgas y piquetes,
de rituales de coca
y sabores distintos,
de fantasmas del ayer
y promesas por cumplir,
de una historia que se escribe
desde el sur del alma,
desde las rodillas
hasta la lágrima.
Y yo sin poder comer, pudiendo
y yo sin saber dormir, teniendo
y yo sin saber si mirar, aún queriendo
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