dilluns, 7 d’octubre del 2013

Relato: Un Oloya diferente

En la civilización de los Oloya había una costumbre bien extraña. Los Oloya veneraban la lluvia en vez del sol, y todo se debía a que los Oloya tenían una debilidad, una debilidad que los mantenía siempre al borde del abismo de la extinción. Los Oloya se alimentaban única y exclusivamente de cebolla. Los campos de cebolla se extendían hasta más allá del límite visual, el olor fuerte característico iba de los campos hasta las casas hasta alcanzar los cuerpos de sus habitantes.

Los Oloya vivían poco tiempo, acostumbraban a pasar a mejor vida cuando les atacaba la pubertad. Lo curioso es que los Oloya pasaban su existencia derramando lágrimas. No eran lágrimas de pena o de dolor, tampoco eran lágrimas de emoción o alegría, eran simples lágrimas cebolleras. Todos lloraban, era lo normal. Y justo por ese motivo los Oloya le rezaban a la lluvia y desdeñaban el sol.

Pero, como existe en todas las civilizaciones, un día soleado nació un Oloya rebelde, un Oloya distinto. Su relación con las cebollas era única. Él solamente quitaba, una a una, las capas de las cebollas que le ofrecían, sin comerlas y con una expresión casi científica en el rostro. Nadie sabía de qué se alimentaba este Oloya revolucionario. Pero él ignoraba las críticas y seguía con su labor, encerrado en su taller.

Una mañana, bien temprano, los Oloya oyeron un zumbido. Al llegar al campo de cebollas cercano a la iglesia, muchos se desmayaron. En el cielo destapado de nubes, un helicóptero fabricado a base de las capas marrones de las cebollas lanzaba un humo blanco, espeso, de un intenso olor a cebolla hervida.

El Oloya rebelde estaba a punto de alcanzar la pubertad, así que había inventado una máquina fabricada exclusivamente de cebolla para llegar más allá de la lluvia, más allá de los campos de cebolla, y ahora lanzaba mensajes escritos en papel de cebolla al resto de los Oloya. El mensaje era siempre el mismo: "la vida no es cebolla, la vida no es llorar, la vida no es sólo lluvia"

Los pocos que entendieron el mensaje se lanzaron, a su vez, hacia una cruzada en búsqueda de otra vida, una vida sin cebolla, una vida sin constante lagrimeo. Los desmayados siguieron como siempre, llegando a la pubertad y convirtiéndose para siempre en cebolla.



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