dimecres, 16 d’abril del 2014

Cuento: Cazar la sonrisa del bosque


Cuento: Cazar la sonrisa del bosque


El mundo de este cuento se poblaba únicamente de sonrisas. Las había que habitaban en valles y montañas; eran las sonrisas de la tierra y servían para recordar cada cicatriz que ésta se había tragado. Viajando a través del agua, por ríos y mares, existía otro tipo de sonrisa; aquella que pasaba de un ser al otro a través de las lágrimas; las de pena o emoción, las de alegría, las de rabia. Y por último, la tercera sonrisa era la más rara, la más difícil de encontrar cuando alguien la buscaba. La tercera sonrisa no era sonrisa para cualquiera; de hecho, pocos la habían visto y los que vivian esa suerte adoptaban para siempre un semblante distinto. Nunca se hablaba de ella, los que lo hacían caían en un estado de tristeza  tal que jamás en su vida volverían a sonreír. Así que nadie osaba mencionarla. Se sabía que habitaba en el corazón mismo de los árboles del bosque y que era inmune a la tala para leña a la que era sometida; simplemente pasaba de un tronco al otro, esperando. La sonrisa del bosque pasaba su tiempo esperando.

Eran tiempos de paz en este cuento, así que las sonrisas transcurrían su día a día sin necesidad alguna de la sonrisa del bosque. Se recordaban las cicatrices de la tierra a través de temblores que todos aceptaban, se bebía agua del río y se talaban árboles ignorando esa llamita azul que se desprendía del tronco para viajar hasta el siguiente. Eran tiempos de paz, sí, y, por supuesto, una ola de aburrimiento empezó a extenderse, empezando por atacar las flores en los campos, dejándolas cristalizadas. El corazón del bosque se estaba impacientando. La sonrisa que habitaba las valles y montañas se iba acentuando  hasta formar una mueca. La tierra se abría, los ríos desbordaban sus lágrimas hasta dejar un lodo de sonrisas machacadas. Llegaba el caos.

Era evidente. Había que cazar esa sonrisa en llama que habitaba el corazón del bosque. Las sonrisas más guerreras se ofrecieron voluntarias para la tarea. Se prepararon lo mejor que supieron, optando la mayoría por una mezcla de meditación y ejercicio físico extremo para ello, en una rutina que duró un par de lunas. Las sonrisas perezosas siguieron con lo suyo, las más alocadas y aventureras optaron ir por libre y expresaban su lucha a través del color o la música. Eran tiempos revueltos.

Un primer grupo se adentró en la espesura. El resultado pronto se hizo palpable entre los demás. Un chillido desgarrador envejeció el aire hasta dejarlo cenizo. Nadie regresó. El segundo grupo mejoró la táctica y algunos regresaron, aunque ya eran otros.

Los rebeldes independientes poco a poco fueron juntándose. No lo hacían de forma organizada, sinó que cada uno proseguía con su labor, alentados por saber que otros compañeros estaban en lo mismo. Cada cual exponía su obra, cuando estaba terminada, a la orilla del bosque. Empezaron a rodearlo, se iban rellenando los espacios con nuevas ideas, canciones, esculturas hechas con paraguas, acróbatas desafiando el suelo.

El bosque empezó a achicarse. Era como si la cadena fuera un cinturón estrechándose. Cuantas más sonrisas llegaban con sus saxofones y acuarelas, más pequeño se hacia el círculo. Y seguía avanzando.

Inevitablemente, llegaron al corazón del bosque, que por supuesto habitaba en el tronco de un árbol descomunal. Era imposible ver cuánto abarcaba porque su copa avanzaba más allá de las nubes. Por un instante todas las sonrisas enmudecieron. Y tras respirar tan profudamente como solo lo hacen las valles y sus cicatrices, tras sentir que se les vaciaba el alma de las lágrimas derramadas, juntaron las manos. Al hacerlo, toda la música, los colores creados, las formas moldeadas y los saltos en el aire fueron suficientes para disparar al grupo hacia lo alto, hasta posarse en la copa.

Lo que pasó después nadie lo sabe. Se rumorea que siguen allí, alimentando los corazones de quienes se pierden en el bosque, llenando de lágrimas a los que se atreven a abrazarle el tronco al árbol  habitado de sonrisas e inspirando con la paz de los siglos a aquellos que osan treparle por la piel.





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